
Debo de confesar que llevo mucho tiempo dándole vueltas a la montaña. Vueltas en términos mentales, me refiero. En esas estamos a estas alturas. Y es que nos vamos a enfrentar a algo que nos obliga a cambiar totalmente el chip. Se acabaron nuestros ritmos constantes en progresión, la velocidad “crucero” y el asfalto. Si, siempre hemos sentido predilección por las carreras duras, de enormes cuestas. Pero, aprendices de nuevos retos, lo que tenemos entre manos es totalmente distinto y, al menos, la situación obliga a ciertas reflexiones.
Reflexiones que deben de abarcar desde la definición propiamente dicha, hasta la técnica y la motivación. Comencemos por la definición, carrera de montaña. ¿Nos enfrentamos realmente a una carrera? No lo creo. Al menos no dentro de la idea que tenemos en cabeza. Más bien nos enfrentamos a un reto, a una pequeña aventura que nos sirva de debut en este mundillo, a una mañana de montaña con 20 kilómetros por delante. Y es que, correr, lo que es correr, también debemos matizarlo. Correremos lo que se pueda, andaremos el resto del tiempo, y treparemos o gatearemos cuando no haya otra opción. Siempre sin prisa y guardando fuerzas, sobre todo en los tramos más duros de subida y en las difíciles bajadas dónde debemos de ir con toda la precaución del que sólo quiere disfrutar de una mañana de montaña y del que quiere aprender algo de técnica para sucesivas escaramuzas.
Reflexiones al fin y al cabo que debemos de asumir, y que desde unas premisas básicas nos permitan plantearnos el resto, para desde ahí intentar abarcar el todo.
El todo es asumir que vamos a aprender, a disfrutar como siempre juntos de una dura jornada montañera por nuevos paisajes, que vamos a sufrir y que poco a poco vamos a disfrutar mucho.
Y dentro de todas estas reflexiones ya podemos comenzar a situar nuestra mentalización y nuestra preparación. Muchas cuestas, muchos senderos y muchos entrenamientos, a falta de montaña, saliéndonos del camino para correr campo a través. Ayer 22 duros kilómetros por la CdC abandonando todo refugio en forma de sendero y trepando de cerro en cerro por los lugares más inaccesibles, comprobando que las nuevas zapatillas me dan un agarre muy similar al de mis botas de montaña pero con mucha más ligereza. Total de dos horas dónde alternar caminar y correr. Y es que otra premisa, quizás la principal, es que no vamos a correr, es que debemos de repetirnos que ahora toca correr, andar, correr, andar.
El cross de la Pedriza nos espera cada vez más cerca, y entre medias seguiremos disfrutando de todo el tiempo que nos queda para terminar de prepararnos, que hay tiempo suficiente. Eso si, también con algunas preocupaciones, sobre todo en el aspecto muscular. Javi es mucho más fuerte, todo un roble, y creo que se va adaptar perfectamente. Yo creo que estoy demasiado flojo, demasiado fino. Años de runner descuidado, y totalmente descompensado han terminado de modelar este cuerpo enclenque que me ha tocado. Intento fortalecer abdominales y lumbares, que no paran de protestar a gritos, y los cuadriceps no están tan fuertes como para evitar que las rodillas se quejen. Haremos lo que pueda en estas tres semanas para fortalecer ambos puntos.
Mientras, seguiremos reflexionando en el cambio de chip, reflexionando sobre la montaña.
Siempre he amado la montaña. Seguramente más que a mis carreras, y eso da mucha motivación, pero también mucho respeto, que es lo que los años me han enseñado sobre ella. No debemos de olvidarlo, siempre es ella la que decide hasta dónde puedes llegar, y uno no debe de desafiarla más de la cuenta. Es demasiado grande, y bonita, como para perderla el respeto. Y es que en todas las marchas con mi grupo aprendí que la montaña se debe de disfrutar con calma, con cabeza. Sabemos que la experiencia será dura, pero nos acercamos a ella como aprendices dispuestos a disfrutar cada instante, como corredores que al fin y al cabo aman la montaña, las cumbres que hemos hecho y las que nos quedan por delante. Y es que, al fin y al cabo, ¿qué fue primero, el runner o el montañero?