martes, 9 de noviembre de 2010

Noches de Blues y Flamenco





Candela - Raimundo Amador
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Las mejores noches, noches de blues y flamenco

viernes, 5 de noviembre de 2010

Unas zapatillas, una tarde como tantas otras



Noche sobre Kastraki, Meteora.
Foto: Meteora silhouette

Unas zapatillas, una tarde como tantas otras, los árboles del parque. Volver al origen. Unas zapatillas, una tarde como tantas otras, los árboles del parque. M, como una de tantas tardes se calza sus zapatillas y deja atrás las calles del barrio para entrar al parque por la puerta de Alcalá, como uno de tantos días. Los mismos árboles de siempre, las mismas sombras, los pocos transeúntes que pasean entre las hojas caídas una noche de entre semana de mediados de otoño. M no entendería la gran ciudad sin esas noches de otoño e invierno en el Retiro.

Madrid, a través de los árboles del parque se va camuflando poco a poco. Unas zapatillas, una tarde como tantas otras, M corre por los caminos más oscuros entre palacios de cristal, pero la ciudad va transformándose. Los árboles desparecen, el camino de tierra se convierte en una carretera asfaltada, y bajo el camuflaje de la noche el Retiro ya no es el Retiro, sino una carretera empinada que bajo las montañas de Meteora serpentea entre monasterios a la salida de Kastraki en una noche de otoño. Unas zapatillas, una tarde como tantas otras, y M regresa al mismo punto. A ese punto en el tiempo corriendo con J bajo las estrellas por Meteora días antes de maratón. Al olor de las brasas de las tabernas de Kastraki y una cena griega bajo los monasterios. Al punto de esos días paseando por las Termópilas, por Delfos, por Micenas, por Olimpia, soñando atardeceres en cabo Sunion, atravesando las carreteras de Grecia en un coche alquilado, con la mejor de las compañías, soñando con maratón. El Retiro, en silencio, se desnuda, y los árboles del parque ya no esconden más árboles detrás. Ahora se ve el mar, y a dos días de maratón las zapatillas corren por el Pireo estirando las piernas para la batalla.

Unas zapatillas, una tarde como tantas otras, y el mismo punto de siempre detenido en el tiempo. Ese punto bajo la lluvia corriendo desde las llanuras de maratón hasta Atenas, hasta el estadio olímpico. El maratón clásico, la mayor satisfacción de muchos años de corredor.

El parque queda atrás de nuevo, y el sonido del tráfico por Recoletos poco a poco vuelve a la realidad a la gran ciudad, pero al tiempo que M corre de regreso a casa no deja de disfrutar de esos recuerdos de lo vivido hace justo un año, de esos recuerdos que ya siempre serán parte de sus tardes, de esas tardes como tantas otras.

martes, 2 de noviembre de 2010

Mi nombre es M


Mi nombre es M. Vivo en el centro de la gran ciudad y lo cierto es que no se por dónde comenzar mi historia de los últimos días, de unos últimos días que han parecido simples horas. Quizás deba de remontarme a esa tarde de lunes de hace cuatro semanas, justo un día después de decidir dejar las zapatillas en la ventana del cuarto de baño pensando en desconectar y unas largas vacaciones.
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Tarde de lunes. El tedio de las horas en el sofá, los Rolling Stones y las pocas ganas de hacer nada, hasta que el timbre martilleó el resto de la casa y las habitaciones vacías. Hola. Mi nombre es M, y se que me estaban esperando. Lamento el retraso. Que curioso, pienso, yo soy M. Pero dejo pasar al extraño. Al fin y al cabo debíamos de estar esperando su llegada, pese a que ahora mismo no lo recuerdo. No se, hoy no es mi mejor tarde, así que no tengo ganas de discutir y le dejo pasar. Pase, póngase cómodo. Su habitación está al fondo del pasillo. Y vuelvo al tedio del sofá y al ritmo de sus satánicas majestades.
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M no trae mucho equipaje. Sólo una vieja funda de saxofón y una gastada maleta llena de libros y apuntes, y como si desde siempre conociese la casa se instala en cuestión de momentos.
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Las tardes de otoño van desnudando las calles de la ciudad, y los días pasan entre mucho trabajo y todos los preparativos de la espera de la llegada del gran satélite a nuestro pequeño planeta, pero para eso quedan aún semanas.
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En casa, M ha dejado de ser un extraño. Ninguno sabemos que hace aquí, no lo esperábamos, pero su compañía es agradable y enseguida nos habituamos a su presencia. Es curiosa la casualidad, yo me llamo M y ahora, nuestro nuevo y desconocido inquilino también dice llamarse M.
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Pronto se apodera de todo. Sus apuntes, sus libros. El sonido de su saxo hace olvidar al mío. En realidad le dedica muchas más horas que yo. Y pronto M parece estar en su propia casa. Una casa que se me hace más pequeña. M es un impostor. ¿Quién es realmente?. Pero ¿y si él es realmente M? ¿Y si yo soy el impostor? Tal vez él sea el auténtico M, tal vez siempre lo haya sido. Y en ese caso, ¿quién soy yo? ¿Por qué intento implantarle?. La casa se hace más y más pequeña. Necesito salir. El espejo me devuelve la imagen de un rostro desconocido oculto bajo la barba de tres días. ¿Quién es M?. Necesito salir. Recuerdo las viejas zapatillas. Abro las ventanas y las rescato de la noche. Me visto y salgo corriendo de la casa dejando detrás la puerta abierta y tras ella a M.
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Las calles vuelven a latir debajo de las zancadas. La ciudad vuelve a respirar al ritmo de las piernas que quieren correr más y más deprisa. El parque se abre. Detrás el vacío, delante la nada. Poco a poco la barba va desapareciendo y sigo corriendo entre los árboles de siempre, entre los transeúntes de siempre, cada vez más deprisa, cada vez más deprisa, hasta parar de nuevo frente a casa con esa sensación de felicidad de siempre.
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Veo abrirse la puerta. M sale y se despide agitando el brazo. Hasta pronto. Te dejo mis apuntes. Los necesitarás si vas a empezar estos días tus estudios de doctorado. Debo marcharme. Pronto llegará C minúscula y el pequeño satélite invadirá vuestro planeta. Bajo la fina lluvia y el cansancio la respiración acelerada no me deja hablar y levanto el brazo con un simple hasta luego. El cristal de un coche me devuelve el rostro de M, el mismo rostro de siempre.
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Bajo el agua de la ducha las piernas vuelven a doler. Como cada tarde, como cada día en los que me recuerdan que soy corredor, y que aunque con otro ritmo, sin ninguna pretensión, las vacaciones han terminado.